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Canal Diocesano - Popular TV

Radio Santa María de Toledo "PAN DE VIDA"

Pueden escuchar el programa de radio "Pan de Vida" del Arzobispado de Toledo, España. Programa dedicado a fomentar la Adoración Eucaristica perpetua en la Diócesis de Toledo desde que se inició en el año 2005. Lo interesante de este programa es que durante la primera media hora son testimonios de personas que participan en la adoración y cómo les ha cambiado la vida. En la segunda parte D. Jesús, sacerdote y rector de la Capilla, aclara dudas que le surge a la gente, con sencillez y fiel a la doctrina. El Horario (ESPAÑA) Jueves 20 a 21 horas-- Viernes 1 a 2 horas-- Sábado 0 a 1 horas-- Domingo 9 a 10 horas

miércoles, 24 de febrero de 2010

CONFESAR LOS PECADOS



† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, la gente se aglomeraba alrededor de Jesús y él se puso a decir:
"Esta es una generación malvada; pide una señal, pero no se le dará una señal diferente a la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para esta generación.
La reina del sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde el extremo de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más importante que Salomón.
Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más importante que Jonás".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria

Cuaresma. 1ª semana. Miércoles

CONFESAR LOS PECADOS

— La Confesión, un encuentro con Cristo.

— Al sacramento de la Penitencia vamos a pedir perdón por nuestros pecados. Cualidades de una buena Confesión: “concisa, concreta, clara y completa”.

— Luces y gracias que recibimos en este sacramento. Importancia de las disposiciones interiores.

I. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas1, leemos en la Antífona de entrada de la Misa.

La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote; encuentro siempre único, y siempre distinto. Allí nos acoge como Buen Pastor, nos cura, nos limpia, nos fortalece. Se cumple en este sacramento lo que el Señor había prometido a través de los Profetas: Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada. Buscaré a la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré a la herida y curaré la enferma, y guardaré las gordas y robustas2.

Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia.

El hijo pródigo que vuelve –eso somos nosotros cuando decidimos confesarnos– inicia el camino del retorno movido por la triste situación en la que se encuentra, sin perder nunca la conciencia de su pecado: No soy digno de ser llamado hijo tuyo; pero conforme se acerca a la casa paterna va reconociendo con cariño todas las cosas del hogar propio, del hogar de siempre. Y ve en la lejanía la figura inconfundible de su padre que se dirige hacia él. Esto es lo importante: el encuentro. Cada Confesión contrita es “un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro en la propia verdad interior, turbada y transformada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo, y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo han dejado de gustar”3. Nosotros hemos de procurar que sientan, que experimenten esa nostalgia de Dios y se acerquen a Él, que les espera.

Debemos sentir deseos de encontrarnos a solas con el Señor lo antes posible, como lo desearían sus discípulos después de unos días de ausencia, para descargar en Él todo el dolor experimentado al comprobar las flaquezas, los errores, las imperfecciones, los pecados, tanto al desempeñar nuestros deberes profesionales como en la relación con los demás, en la actividad apostólica, en la misma vida de piedad.

Este empeño por centrar la Confesión en Cristo es importante para no caer en la rutina, para sacar del fondo del alma aquellas cosas que son las que más pesan y que solo saldrán a la superficie a la luz del amor a Dios. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas.

II. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado4.

Muchas veces a lo largo de nuestra vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Al finalizar cada día, cuando hacemos recuento de nuestras obras, podríamos decir: Misericordia, Dios mío... Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina.

Así acudimos a la Confesión: a pedir la absolución de nuestras culpas como una limosna que estamos lejos de merecer. Pero vamos con confianza, fiados no en nuestros méritos, sino en Su misericordia, que es eterna e infinita, siempre dispuesta al perdón: Señor, Tú no desprecias un corazón quebrantado y humillado5. Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies.

Él solo nos pide que reconozcamos nuestras culpas con humildad y sencillez, que reconozcamos nuestra deuda. Por eso, a la Confesión vamos, en primer lugar, a que nos perdone quien está en lugar de Dios y haciendo sus veces. No tanto a que nos comprendan, a que nos alienten. Vamos a pedir perdón. Por eso, la acusación de los pecados no consiste en la simple declaración de los mismos, porque no se trata de un relato histórico de las propias faltas, sino de una verdadera acusación de ellas: Yo me acuso de... Es, a la vez, una acusación dolorida de algo que desearíamos que no hubiese ocurrido nunca, y en la que no caben las disculpas con las que disimular las propias faltas o disminuir la responsabilidad personal. Señor..., por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

San Josemaría Escrivá, con criterio sencillo y práctico, aconsejaba que la Confesión fuese concisa, concreta, clara y completa.

Confesión concisa, de no muchas palabras: las precisas, las necesarias para decir con humildad lo que se ha hecho u omitido, sin extenderse innecesariamente, sin adornos. La abundancia de palabras denota, en ocasiones, el deseo, inconsciente o no, de huir de la sinceridad directa y plena; para evitarlo, hay que hacer bien el examen de conciencia.

Confesión concreta, sin divagaciones, sin generalidades. El penitente “indicará oportunamente su situación y también el tiempo de su última confesión, sus dificultades para llevar una vida cristiana”6, declara sus pecados y el conjunto de circunstancias que hacen resaltar sus faltas para que el confesor pueda juzgar, absolver y curar7.

Confesión clara, para que nos entiendan, declarando la entidad precisa de la falta, poniendo de manifiesto nuestra miseria con la modestia y delicadeza necesarias.

Confesión completa, íntegra. Sin dejar de decir nada por falsa vergüenza, por “no quedar mal” ante el confesor.

Revisemos si al prepararnos, en cada ocasión, para recibir este sacramento procuramos que lo que vamos a decir al confesor tenga estas características anteriormente descritas.

III. “La Cuaresma es un tiempo particularmente adecuado para despertar y educar la conciencia. La Iglesia nos recuerda precisamente en este período la necesidad inderogable de la Confesión sacramental, para que todos podamos vivir la resurrección de Cristo no solo en la liturgia, sino también en nuestra propia alma”8.

La Confesión nos hace participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su Resurrección. Cada vez que recibimos este sacramento con las debidas disposiciones se opera en nuestra alma un renacimiento a la vida de la gracia. La Sangre de Cristo, amorosamente derramada, purifica y santifica el alma, y por su virtud el sacramento confiere la gracia –si se hubiera perdido– o la aumenta, aunque en grados diferentes, según las disposiciones del penitente. “La intensidad del arrepentimiento es, a veces, proporcionada a una mayor gracia que aquella de la que cayó por el pecado; a veces, igual; a veces, menor. Y por lo mismo, el penitente se levanta en unas ocasiones con mayor gracia de la que tenía antes; otras, con igual gracia; y a veces, con menor. Y lo mismo hay que decir de las virtudes que dependen y siguen a la gracia”9.

En la Confesión, el alma recibe mayores luces de Dios y un aumento de sus fuerzas –gracias particulares para combatir las inclinaciones confesadas, para evitar las ocasiones de pecar, para no reincidir en las faltas cometidas...– para su lucha diaria. “Mira qué bueno es Dios y qué fácilmente perdona los pecados; no solo devuelve lo perdonado sino que concede cosas inesperadas”10 ¡Cuántas veces las mayores gracias las hemos recibido después de una Confesión, después de haberle dicho al Señor que nos hemos portado mal con Él! Jesús da siempre bien por mal, para animarnos a ser fieles. El castigo que merecemos por nuestros pecados –como el que merecían los habitantes de Nínive, que hoy se nos narra en la Primera lectura de la Misa11– es borrado por Dios cuando ve nuestro arrepentimiento y nuestras obras de penitencia y desagravio.

La Confesión sincera de nuestras culpas deja siempre en el alma una gran paz y una gran alegría. La tristeza del pecado o de la falta de correspondencia a la gracia se torna gozo. “Quizá los momentos de una Confesión sincera figuran entre los más dulces, más confortantes y más decisivos de la vida”12.

“Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar!

“Bien. Pero no olvides que el espíritu de penitencia está principalmente en cumplir, cueste lo que cueste, el deber de cada instante”13.

1 Antífona de entrada. Sal 24, 6. — 2 Ez, 34, 15-16. — 3 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII-1984, 31, III. — 4 Salmo responsorial. Sal 50, 4. — 5 ídem. —6 Pablo VI, Ordo Paenitentiae, 16. — 7 Cfr. Ibídem. — 8 Juan Pablo II, Carta a los fieles de Roma, 28-II-1979. — 9 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 89, a. 2c. — 10 San Ambrosio, Trat. sobre el Evangelio de San Lucas, 2, 73. — 11 Primera lectura, Jon 3, 1-10. — 12 Pablo VI, Alocución, 27-II-1975. — 13 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, IX, 5.

3 comentarios:

  1. ¿Hay que confesarse antes de comulgar?

    Respecto a la Confesión y la Eucaristía, la Iglesia ha dispuesto que es necesario confesarse:

    - antes de la Primera Comunión
    - si se ha cometido un pecado grave


    “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn. 6, 54). Se recibe al mismo Cristo. Se tiene acceso a la Vida Eterna. Es un gran privilegio. Es necesario hacerlo lo más dignamente posible.


    Dos condiciones para recibir la Comunión
    Es necesario -saber a quién se recibe.

    Estar en “estado de gracia”. Es el estado de amistad con Dios, que se pierde por el pecado mortal y se recupera con el arrepentimiento y la Confesión.

    Estas dos condiciones se basan en la enseñanza de San Pablo: “Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Cor. 11, 27-29).

    ¿Indispensable, conveniente o necesario?
    Salvo que se esté en pecado mortal no es indispensable confesarse antes de comulgar.

    La persona puede haber pasado cierto tiempo sin confesión y aún comulgar, pues siempre que no haya cometido algún pecado mortal, sigue en estado de gracia. Por lo tanto, puede comulgar.

    Confesarse al menos una vez al año
    Sin embargo ese tiempo entre confesión y confesión no puede ser más largo de un año, porque la Iglesia exige que todo católico se confiese al menos una vez al año. Es uno de los Mandamientos de la Iglesia.

    Comunión y pecados veniales
    Aunque la Comunión borra los pecados veniales, no es una práctica saludable acostumbrarse a pasar mucho tiempo sin confesarse, pues en el Sacramento de la Confesión se reciben gracias específicas para el fortalecimiento de la voluntad en la lucha contra el pecado. Y estas gracias son muy necesarias para los pecados graves, pero también para los pecados veniales, sobre todo si son pecados habituales.

    Confesión frecuente
    La confesión frecuente (mensual) es una práctica muy recomendable y muy necesaria para:

    - el progreso espiritual
    - ir creciendo en fortaleza ante el pecado
    - evitar también los pecados veniales
    - ir purificando progresivamente el alma
    - ir eliminando la inclinación al pecado

    .../...

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  2. 5 condiciones para confesarse bien

    - Examen de conciencia para darse cuenta de los pecados cometidos desde la última confesión.
    - Arrepentimiento para reconocer los pecados y estar verdaderamente arrepentido de haber pecado.
    - Propósito de enmienda para resolverse a no volver a cometer el o los pecados que se confiesan, ni algún otro.
    - Decir los pecados al Confesor: Esto es propiamente la Confesión ante el Sacerdote.
    - Cumplir la penitencia que mande el Confesor.

    NOTA: Aunque se haya hecho la Confesión ante el Sacerdote, si falta alguna de estas 5 condiciones no hay perdón de los pecados. Especialmente hay que estar pendiente de que se tenga un verdadero arrepentimiento de los pecados y un verdadero deseo de no volver a cometerlos.

    Dos formas de arrepentimiento

    Arrepentimiento perfecto o Contrición:
    Es un acto de arrepentimiento del pecado cometido, movido por amor y respeto a Dios. Contrición por haber ofendido a Dios, nuestro Dueño, nuestro Creador, nuestro Todo, infinitamente Bueno y Misericordioso, digno de todo nuestro respeto y nuestro amor.

    Arrepentimiento imperfecto o Atrición:
    Es arrepentirse por motivos legítimos y buenos todos, pero no tan elevados como nuestro amor a Dios. Pueden ser, por ejemplo, miedo al castigo, miedo al infierno, deseos de comulgar, peso de la conciencia, etc.

    ¿Ambos arrepentimientos sirven para el perdón de los pecados?
    Sí. Pero el arrepentimiento perfecto, por supuesto, agrada más a Dios y comunica más gracias al alma arrepentida.

    Y otra ventaja: si acaso la persona que ha pecado gravemente llega a morir sin poder confesarse, el arrepentimiento perfecto perdona hasta los pecados mortales, con lo cual el alma tiene acceso a la salvación eterna.

    No así con el arrepentimiento imperfecto: este arrepentimiento inferior requiere la Confesión sacramental para que los pecados queden perdonados sin confesión en caso de muerte.

    Conveniencia del arrepentimiento perfecto
    Por estos motivos es costumbre muy conveniente y saludable tener el hábito del arrepentimiento perfecto cada vez que se cometa algún pecado, mortal o venial.

    ¿Significa esto que no hay que confesarse si uno se arrepiente de manera perfecta?
    No. Ambos arrepentimientos requieren confesarse –lo más pronto posible. Aunque se haya hecho un arrepentimiento perfecto, es indispensable confesarse. Sólo que si por providencia divina llegara la muerte antes de la Confesión, los pecados arrepentidos perfectamente han quedado perdonados.

    ¿Cuándo arrepentirse y cuándo confesarse?
    Es una práctica muy saludable y conveniente arrepentirse en cuanto se ha cometido algún pecado, sobre todo si es una falta grave. Y, confesarse cuanto antes sea posible.

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  3. La Confesión:
    Regresar a los brazos del Padre

    Catequesis para Niños
    por: Patricia V.

    Jesús nos enseña a perdonar

    ¿Cómo te sientes cuando te enojas con tus papás, hermanos, o algún amigo? Cuando nos enojamos con alguien porque nos portamos mal, sentimos tristeza y molestia. A veces no es fácil pedir una disculpa, pero al momento de hacerlo y ver que nos perdonan eso nos hace sentir tranquilos y felices de nuevo.


    Jesús nos perdona siempre

    Portarnos mal con nuestros papás, decir mentiras, pelear con nuestros hermanos, hablar mal de los demás, faltar a Misa los domingos, no respetar los 10 Mandamientos, son algunas actitudes con las que ofendemos a Dios, y con esto cometemos un pecado, lo cual trae como consecuencia que perdamos la amistad con Él. Es necesario pedir perdón, y por eso Jesús, antes de morir, nos dejó el Sacramento de la Reconciliación o Confesión, mediante el cual perdona todos nuestros pecados a través del sacerdote.

    Para poder recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús necesitamos tener nuestro corazón limpio; por eso, antes de comulgar necesitamos confesarnos. Dios nos ama y siempre esta ahí, esperando que nos acerquemos arrepentidos y le pidamos perdón, así como sucede en la parábola del hijo prodigo.

    Parábola del hijo pródigo

    Se trata de un padre que tenía dos hijos. Un día, el menor se marchó lejos de su hogar, gastó todo su dinero, y pronto comenzó a padecer hambre, por lo que tuvo que pedir trabajo cuidando cerdos. Entonces pensó en su casa y en lo bueno que había sido siempre su padre con él, y se arrepintió de lo que había hecho. De modo que decidió regresar y pedir perdón.

    Su padre, que lo esperaba siempre, al verlo que se acercaba salió corriendo al camino y fue a su encuentro, muy feliz de que su hijo por fin regresara.

    El padre, viendo que su hijo estaba arrepentido, lo perdonó con mucho gusto, y él estaba muy feliz de tenerlo de nuevo a su lado. (Lc 15, 11-32).

    Seguir el ejemplo de Dios

    Igual que en la parábola, cuando nosotros cometemos un pecado es como si decidiéramos irnos lejos, dejando a nuestro Padre que es Dios.

    Así como Dios perdona nuestros pecados, nosotros sigamos su ejemplo, aprendamos a perdonar, tal como lo rezamos en el Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

    Para poder recibir el Sacramento de la Reconciliación es importante prepararnos bien y decirle nuestros pecados al sacerdote. A continuación enumeramos algunos pasos que te pueden ayudar a tener una buena Confesión:


    * Acordarme de mis pecados.
    * Arrepentirme de haberlos hecho.
    * Confesarlos al sacerdote.
    * Prometer no volver a hacerlos.
    * Cumplir la penitencia.

    En este tiempo de Cuaresma, que iniciamos el Miércoles de Ceniza, es necesario confesarnos, reconciliarnos con Dios y con todos a los que hayamos ofendido, y así prepararnos para la gran fiesta de la Resurrección de Jesús.

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